lunes, 1 de mayo de 2017

DOMINICANADAS...










La vieja casa







Aquella casa, modesta y clara, representó 


para mi familia, por varias generaciones y 


largo tiempo, un apoyo importante en nuestras 


cotidianidades. Originalmente fue el hogar 


de mis abuelos paternos; luego albergó el


consultorio dental de mi padre. Siempre 


ha ocupado un lugar preponderante en los 


recuerdos de mi niñez.





Ubicada en la calle Rosario esquina Duarte, 


junto con los colmados de Maro y de León 


Brito, y del almacén de Francis Curiel, 


conformaba las cuatro esquinas de esa


 intersección. A su costado derecho, en la 


casa de doña Agustina de Regalado, un 


pequeño local sirvió por muchos años 


como punto de recepción y venta de 


diferentes periódicos: primero de


 “El Caribe”, y posteriormente de otros, 


incluyendo vespertinos. Al doblar la 


bulliciosa esquina de la calle Duarte, 


limpiabotas, billeteros y otros vendedores 


ambulantes entorpecían el paso de quienes


 transitaban por el lugar.
















La vivienda estaba construida en madera, 


con altos techos de zinc y puertas de dos 


hojas bordeando sus fachadas. Tenía una 


galería con piso, columnas y barandas de


 madera, por donde se entraba. Desde ella 


observábamos lo que ocurría en la calle y


 cruzamos palabras con los transeúntes. 




Durante las Fiestas Patronales era engalanada


 con pencas de cocoteros y era el lugar ideal 


para disfrutar de los desfiles de la ocasión 


que eran encabezados, generalmente, por un 


atractivo batton ballet. También desde la misma 


disfrutábamos, a lo alto, la decoración de flecos 


de papeles vejigas multicolores, que, pegados 


a cordeles colocados entre las aceras, ofrecían 


un sonido peculiar y agradable al ser mecidos 


por la brisa citadina.





Los espacios interiores de la vi



vienda que fungían como sala y dormitorios,



 pasaron a ser la espera, el consultorio y el taller



 de mecánica dental en sus nuevas funciones 



y el piso de madera fue cubierto en algunas 



áreas con linóleo para facilitar la limpieza. 

















Durante décadas desfilaron por estos espacios



 miles de personas del pueblo y campos 


aledaños en busca de atenciones odontológicas.



A principio de los años sesentas fue el refugio 



provisional de la familia durante la     



construcción de nuestra nueva casa ubicada 



a una cuadra de distancia. Durante algunos 



meses cobijó nuestros juegos infantiles y 



nuestros sueños temerosos durante aquella 



inolvidable estadía.






Luego que ocupamos la nueva vivienda, 



seguí siendo un asiduo visitante de “la oficina” 



(como le llamábamos), unas veces para recibir 



cuidados dentales y en época de vacaciones



para colaborar en la confección de “planchas” 



para los pacientes que requerían de estas piezas.






A mediados de los años noventa la casa fue



 vendida y su adquiriente instaló una sucursal


de su negocio, la panadería “Las Mercedes”,



 e introdujo cambios para adecuarla a su nueva



 función; entre ellos. integró la galería a la sala.
















Con el ocaso del siglo la casa volvió a cambiar 



de dueño, y su nueva propietaria desmanteló la



 añeja estructura para construir una edificación



 de características modernas.






La vieja casa familiar de la calle Rosario 


No. 106, de Moca, de típicas características 


pueblerinas, desapareció para siempre como


 otras tantas, luego de cumplir por decenas 


de años las funciones de vivienda y consultorio


 dental. Aunque físicamente no la veré jamás, 


su imagen acude a mi memoria,


 indefectiblemente, cuando suelo transitar


 por el sendero azul de la nostalgia.














Arq. Alberto Vásquez Díaz.


(Dedico este texto a la memoria de mi padre, 

Dr. Marino Vásquez, quien en esta fecha 

cumpliría 100 años de edad. QEPD).






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