La vieja casa
Aquella casa, modesta y clara, representó
para mi familia, por varias generaciones y
largo tiempo, un apoyo importante en nuestras
cotidianidades. Originalmente fue el hogar
de mis abuelos paternos; luego albergó el
consultorio dental de mi padre. Siempre
ha ocupado un lugar preponderante en los
recuerdos de mi niñez.
Ubicada en la calle Rosario esquina Duarte,
junto con los colmados de Maro y de León
Brito, y del almacén de Francis Curiel,
conformaba las cuatro esquinas de esa
intersección. A su costado derecho, en la
casa de doña Agustina de Regalado, un
pequeño local sirvió por muchos años
como punto de recepción y venta de
diferentes periódicos: primero de
“El Caribe”, y posteriormente de otros,
incluyendo vespertinos. Al doblar la
bulliciosa esquina de la calle Duarte,
limpiabotas, billeteros y otros vendedores
ambulantes entorpecían el paso de quienes
transitaban por el lugar.
La vivienda estaba construida en madera,
con altos techos de zinc y puertas de dos
hojas bordeando sus fachadas. Tenía una
galería con piso, columnas y barandas de
madera, por donde se entraba. Desde ella
observábamos lo que ocurría en la calle y
cruzamos palabras con los transeúntes.
Durante las Fiestas Patronales era engalanada
con pencas de cocoteros y era el lugar ideal
para disfrutar de los desfiles de la ocasión
que eran encabezados, generalmente, por un
atractivo batton ballet. También desde la misma
disfrutábamos, a lo alto, la decoración de flecos
de papeles vejigas multicolores, que, pegados
a cordeles colocados entre las aceras, ofrecían
un sonido peculiar y agradable al ser mecidos
por la brisa citadina.
Los espacios interiores de la vi
vienda que fungían como sala y dormitorios,
pasaron a ser la espera, el consultorio y el taller
de mecánica dental en sus nuevas funciones
y el piso de madera fue cubierto en algunas
áreas con linóleo para facilitar la limpieza.
Durante décadas desfilaron por estos espacios
miles de personas del pueblo y campos
aledaños en busca de atenciones odontológicas.
A principio de los años sesentas fue el refugio
provisional de la familia durante la
construcción de nuestra nueva casa ubicada
a una cuadra de distancia. Durante algunos
meses cobijó nuestros juegos infantiles y
nuestros sueños temerosos durante aquella
inolvidable estadía.
Luego que ocupamos la nueva vivienda,
seguí siendo un asiduo visitante de “la oficina”
(como le llamábamos), unas veces para recibir
cuidados dentales y en época de vacaciones
para colaborar en la confección de “planchas”
para los pacientes que requerían de estas piezas.
A mediados de los años noventa la casa fue
vendida y su adquiriente instaló una sucursal
de su negocio, la panadería “Las Mercedes”,
e introdujo cambios para adecuarla a su nueva
función; entre ellos. integró la galería a la sala.
Con el ocaso del siglo la casa volvió a cambiar
de dueño, y su nueva propietaria desmanteló la
añeja estructura para construir una edificación
de características modernas.
La vieja casa familiar de la calle Rosario
No. 106, de Moca, de típicas características
pueblerinas, desapareció para siempre como
otras tantas, luego de cumplir por decenas
de años las funciones de vivienda y consultorio
dental. Aunque físicamente no la veré jamás,
su imagen acude a mi memoria,
indefectiblemente, cuando suelo transitar
por el sendero azul de la nostalgia.
Arq. Alberto Vásquez Díaz.
(Dedico este texto a la memoria de mi padre,
Dr. Marino Vásquez, quien en esta fecha
cumpliría 100 años de edad. QEPD).
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